viernes, 29 de mayo de 2015

Epígrafes de literatura para PAU 2015

1. La literatura del siglo XVIII. Ensayo y teatro
2. Romanticismo literario del siglo XIX
3. Novela realista y naturalista del siglo XIX
4. El Modernismo y la Generación del 98
5. El novecentismo y vanguardias
6. La poesía de la Generación del 27
7. El teatro anterior a 1939. Tendencias, autores y obras principales
8. La novela española de 1939 a 1974. Tendencias, autores y obras principales
9. El teatro español de 1939 a finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales
10. La poesía española de 1939 a finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales
11. La novela y el cuento hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales
12. La novela española de 1975 a finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales

jueves, 28 de mayo de 2015

La poesía de 1939 a finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales



La segunda mitad del siglo XX está condicionada por la Segunda Guerra Mundial y por la Guerra Fría. El llamado Estado del Bienestar llevó a la sociedad al consumo de masas, lo que provocó una violenta reacción juvenil contra el orden establecido en mayo del 68. El final de siglo ha visto la desintegración de la URSS, la formación de la Unión Europea y en 2001, la destrucción del World Trade Center, que junto con los avances científicos-tecnológicos han transformado radicalmente el mundo. En el ámbito del pensamiento, las corrientes ideológicas que más han influido son el marxismo y el existencialismo y, en los últimos años, movimientos filosóficos englobados bajo el rótulo de la posmodernidad.
En España se vive un largo periodo bajo el régimen franquista (1939-1975), que pasa por la autarquía y el aislamiento en los años 40, un cierto aperturismo en los años 50 y el “desarrollismo” de los años 60. A la muerte de Franco, se restaura la monarquía con Juan Carlos I y se promulga la Constitución y el Estado de las Autonomías en 1978.
Tras la Guerra Civil, nos encontramos un panorama empobrecido por la muerte  y el exilio de los grandes poetas (solo permanecen en España Gerardo Diego, Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre), así como un profundo aislamiento por el ambiente de posguerra. Miguel Hernández, sirve de nexo con la generación poética posterior desde la cárcel (Cancionero y romancero de ausencias).
En la poesía de los años 40, las principales tendencias de los autores de la llamada Generación del 36 son la poesía arraigada, cultivada por autores complacientes con el régimen de la dictadura, reflejan un mundo armónico y ordenado, desde las revistas Escorial y Garcilaso, con formas clásicas como el soneto y temas tradicionales como el paisaje, el amor y la religión (Leopoldo Panero -La estancia vacía-, Dionisio Ridruejo, Luis Rosales…); y la poesía desarraigada, de tono trágico, existencial, lenguaje apasionado y directo y utilización del versículo, reflejan el dolor, la desesperación y la angustia del ser humano ante un mundo caótico; aparece en 1944 con la publicación de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y la aparición de la revista Espadaña (Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, Carlos Bousoño...).
Otras tendencias minoritarias en los 40 fueron el postismo, en la línea vanguardista heredera del surrealismo y el dadaísmo (Carlos Edmundo de Ory, Juan Eduardo Cirlot); y por otra parte, el grupo “Cántico” en Córdoba, que cultivan una poesía intimista, de gran rigor estético (Ricardo Molina, Pablo García Baena).
La publicación de Historia del corazón (1954), de Vicente Aleixandre, Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos íberos, de Gabriel Celaya, señalan el paso de la angustia existencial a la poesía social que predomina en los años 50. La poesía quiere ser testimonio crítico de la época y pretende denunciar la injusticia. El poeta se dirige a la “inmensa mayoría” con un estilo claro, sencillo, coloquial, a veces prosaico, para hablar del tema de España, de la solidaridad, el anhelo de libertad, la injusticia social... Aparte de Blas de Otero y Gabriel Celaya, podemos incluir también a José Hierro.
En los 60, la llamada Generación del 50 o Generación del medio siglo, cuya existencia es muy discutida, empieza a alejarse de la poesía social: Ángel González (Áspero mundo), José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente,  Claudio Rodríguez... A pesar de su diversidad, tratan temas personales e íntimos como la evocación de la infancia y de la adolescencia, la amistad, el erotismo... con un estilo poético muy depurado, natural, irónico y humanista,  con poemas de estructura muy elaborada y predominio del verso libre.
En 1970, el  crítico José Mª Castellet dio a conocer a los llamados novísimos, donde se pueden incluir a Antonio Martínez Sarrión, Manuel Vázquez Montalbán, José Mª Álvarez, Pere Gimferrer (Arde el mar), Guillermo Carnero, Leopoldo Mª Panero, Juan Luis Panero, Antonio Carvajal, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca... Rechazan la métrica tradicional, buscan el experimentalismo formal y lingüístico, propugnan el culturalismo (incluyendo mitos contemporáneos del cine) y el elitismo, el gusto por lo decadente, lo exquisito y lo refinado.
Los últimos años de la poesía española significan la coexistencia de varias promociones y tendencias, aunque predomina la reacción contra los Novísimos por medio fundamentalmente de la de poesía de la experiencia, con estructura narrativa, rechazo del irracionalismo y acercamiento a la poesía clásica, con un tono irónico, intimista, conversacional y temas cotidianos y urbanos: Luis García Montero (Habitaciones separadas), Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal... Otras tendencias son el surrealismo de Blanca Andreu, el erotismo de Ana Rosseti o la poesía épica con César Antonio Molina.
En la actualidad, la gran fuerza de las nuevas tecnologías (Internet, autopublicación, blogs, ebooks...) impulsan que las corrientes se dispersen aún más, aunque podemos destacar a  Andrés Sánchez Robayna o Elena Medel (Mi primer bikini).

viernes, 22 de mayo de 2015

El teatro de 1939 a finales del siglo XX. Tendencias, autores y obras principales

Después del desastre que en todos los órdenes supuso la Guerra Civil, al teatro, género sometido a peculiares condicionamientos ideológicos y comerciales, le costó especialmente remontar el vuelo. Algunos autores de los años treinta habían fallecido (caso de García Lorca, fusilado, o Valle-Inclán) o habían marchado al exilio (Max Aub, Alejandro Casona). Marcaremos los siguientes periodos:

Años cuarenta-cincuenta. Distinguiremos tres tendencias: teatro burgués, teatro humorístico y, más tardío, un teatro inconformista de signo existencial. El primero es un teatro que, destinado a un público acomodado, presenta conflictos de clase media o alta con cierta intriga e ingenio, una suave crítica y una cuidada técnica. Se manifiesta en forma de comedia de evasión o de drama ideológico, defendiendo siempre valores como la familia tradicional, la autoridad y la religiosidad. Entre sus autores destacaron José María Pemán, José López Rubio o Joaquín Calvo Sotelo (La muralla, 1954).

El teatro humorístico es un teatro de una comicidad intelectual cercana al absurdo, que debe mucho al atrevimiento formal y el espíritu lúdico de las vanguardias de preguerra. Sus figuras son dos autores que ya habían comenzado a escribir antes de la guerra: Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela. El primero es el autor de Tres sombreros de copa (escrita en 1932 pero no representada hasta 1952); la obra opone las convenciones a la imaginación poética al mostrar, con una comicidad absurda y a veces tierna, el «flechazo» inducido que experimenta un joven tímido y convencional por una bailarina de una humilde compañía con la que coincide en la víspera de su boda. En cuanto a Jardiel, se ha calificado a su teatro de «inverosímil», porque presenta situaciones un tanto disparatadas con comicidad verbal y tono antisentimental, en obras como Eloísa está debajo de un almendro (1940).

Más tardía es la aparición de un teatro que refleja el malestar vital de personajes humildes, un teatro inconformista y existencial que se inicia con Historia de una escalera (1949), de Antonio Buero Vallejo. La obra nos presenta los conflictos amorosos, las penurias económicas y la falta de alicientes de una serie de personajes que, a lo largo de dos generaciones, viven en una humilde casa de vecindad donde la escalera que no lleva a ninguna parte acaba representando la inmovilidad. Luego Alfonso Sastre, con Escuadra hacia la muerte (1953), unirá la denuncia del militarismo a la reflexión sobre la condición humana; posteriormente su teatro derivará hacia el compromiso político y social.

Años sesenta. Al margen de la continuidad de la comedia burguesa, Buero Vallejo sigue desarrollando sus peculiares tragedias, que dejan una puerta abierta a la libertad del personaje y a la esperanza, siempre con un enfoque ético en el que se enfrentan acción y contemplación. Prevalecerán ahora los asuntos históricos y se incorporarán efectos de inmersión, en virtud de los cuales el público experimenta las mismas sensaciones de los personajes. Destaca El tragaluz (1967), historia de una familia trágicamente escindida por una guerra, que ciertamente evoca a vencedores y vencidos de la Guerra Civil española.

Además, una nueva promoción de autores desarrolla un teatro realista de protesta y de denuncia, a veces con rasgos expresionistas, en el que destacan José María Rodríguez Méndez (Los inocentes de la Moncloa, 1961), Carlos Muñiz (El tintero, 1961), Lauro Olmo (La camisa, 1962) y José Martín Recuerda, quien, en Las salvajes en Puente San Gil (1963) presenta con rasgos esperpénticos la convulsión causada por la llegada de una compañía de revista a un pueblo de la España «profunda».

Años setenta. El teatro realista va dejando paso a un teatro más experimental, como sucedió en los demás géneros. El propio Buero Vallejo acentúa los efectos de inmersión en obras como La fundación (1974), en la que un hombre va descubriendo, en paralelo con el espectador, que lo que creía una lujosa institución no es sino una cárcel en la que está junto a unos compañeros a los que ha delatado bajo torturas.

Además, surge el llamado «teatro soterrado», que mezcla influencias de grandes corrientes del siglo XX, como el teatro «épico» y político de Brecht, el teatro «de la crueldad» de Artaud y el teatro del absurdo de los años cincuenta. Sus temas centrales son la falta de libertad, la injusticia y la alienación provocada por el maquinismo y el consumismo. En cuanto a las técnicas, con frecuencia incorpora al espectáculo elementos musicales, circenses, de danza, etc.; suele presentar personajes deshumanizados y esquemáticos (a veces, animales), y las situaciones y el lenguaje suelen ser alegóricos o simbólicos, a veces grotescos, aunque las analogías con la situación política española sean evidentes. Entre sus autores destacan José Ruibal o Manuel Martínez Mediero y, en una línea más personal, neobarroca, Francisco Nieva.

También en estos años surgen los grupos de teatro independiente. Sus obras dan más importancia al espectáculo que al texto (suelen ser de creación colectiva), incorporan elementos de otros espectáculos y subgéneros teatrales (danza, cine, circo, cabaré), con la consiguiente importancia de la expresión corporal, y tratan de romper la «cuarta pared», es decir, la tradicional separación entre actores y espectadores. Llevan a cabo una síntesis de lo experimental y lo popular. Entre los más destacados figuran Tábano, en Madrid, La Cuadra, en Sevilla y Els Joglars, Els comediants, Teatre Lliure y La fura dels Baus, en Cataluña.

Asimismo, hay que citar a dos autores muy peculiares: Fernando Arrabal, que se vincula en Francia al teatro del absurdo, y Antonio Gala, que desarrolla un realismo poético con crecientes concesiones comerciales.
Desde los años ochenta. El apoyo estatal y la tendencia a reestrenos, reposiciones y adaptaciones de clásicos o de otros géneros caracterizan este periodo. Se imponen corrientes como el teatro de tema histórico (Las bicicletas son para el verano, de Fernán Gómez) y el realismo costumbrista (Bajarse al moro, de J. L. Alonso de Santos). Además, continúan los grupos de teatro independiente, algunos de los cuales, como Els joglars o La fura dels baus, alcanzan incluso cierto éxito en circuitos comerciales. Paralelamente, pervive la comedia burguesa, modernizada por autores como Rafael Mendizábal.

Ya en la transición del siglo XX al XXI, una promoción de autores nacidos entre 1957 y 1968 va abriéndose paso con el llamado «teatro posmoderno». Tratan sobre situaciones cotidianas, relaciones personales y laborales, las drogas, la violencia o la xenofobia. Técnicamente, presentan una moderada experimentación. Podemos destacar a la propia Paloma Pedrero, a Jordi Galcerán (El método Grönholm, 2003), o a Juan Mayorga (La tortuga de Darwin, 2008), con gran repercusión en el extranjero.

Tendencias del teatro actual: 

1. El teatro de compañías institucional: el Centro Dramático Nacional o la Compañía de Teatro Clásico realizan montajes de obras consagradas y contribuyen a difundir el patrimonio teatral histórico.
2. El teatro comercial: continúa la tradición de la comedia burguesa.
3. El teatro de humor: sigue cosechando éxitos con nuevas fórmulas: monólogos, cómicos, comedias mudas, etc.
4. Los nuevos autores: destaca la presencia de mujeres dramaturgas.
5. La abundancia de grupos teatrales: sobreviven en difíciles condiciones, representando obras de autores poco conocidos en salas pequeñas.
6. El teatro musical: poco habitual en España, pero hoy en día tiene un gran éxito. Se adaptan obras internacionales como Cats o se crean obras propias como Hoy no me puedo levantar.