lunes, 26 de enero de 2015

Valoración crítica de Luces de bohemia



VALORACIÓN CRÍTICA DE LUCES DE BOHEMIA

Luces de bohemia se publicó por primera vez en 1920, en revista, y en 1924 en forma de libro, con el añadido de tres escenas más (2, 6 y 11). Es el primer esperpento de Ramón María del Valle-Inclán, después de pasar este autor por sucesivas etapas: teatro modernista (Marqués de Bradomín), mítico (Divinas palabras) y de farsa (Tablado de marionetas). Constituye el intento innovador más importante del teatro español anterior a la Guerra Civil.

La obra recoge las últimas horas del escritor modernista ciego Max Estrella, y su recorrido nocturno por el Madrid de la época (escenas 1-11), recorrido que culmina con su muerte a las puertas de su propia casa. La obra se prolonga con tres última escenas posteriores a su muerte, a modo de epílogo. Varios motivos argumentales son recurrentes a lo largo de la trama: la tentación del suicidio, la lucidez de los ciegos, la recuperación del décimo de lotería inicialmente devuelto, por falta de dinero, etc. Se desarrollan así dos temas básicos: la vida bohemia de principios de siglo, y la realidad socio-política española de la época, presentada de forma muy crítica.

En el tratamiento del tema de la bohemia hay cierta ambivalencia: se presentan tanto sus grandezas como sus miserias. Sus representantes se consideran automarginados del mundo burgués, sienten nostalgia por París y literaturizan la vida (con continuas referencias literarias) aunque rechazan la cultura oficial, y sobrellevan la miseria como un rasgo de coherencia. Valle presenta con ironía a estos “Epígonos del Parnaso Modernista”, con rasgos esperpénticos (escenas 4 ó 7), aunque, como contrapunto, la presencia de Rubén Darío parece un tributo de admiración al máximo representante de la genuina bohemia.

En cuanto a la situación socio-política, no sólo constituye el fondo de la acción, sino que se incorpora a la propia trama, especialmente en las tres escenas añadidas, que tienen el nexo común de la presencia del preso catalán. Estamos en una época de manifestaciones, huelgas y revueltas populares, como se aprecia en la trágica escena 11, con la muerte del niño y la posterior del preso a quien se aplica la Ley de Fugas, pena de muerte encubierta. Además, el ministro, viejo amigo de Max, es también un personaje corrupto y grotesco. Las fuerzas del orden tampoco escapan a la esperpentización. Se ofrece así una reflexión pesimista sobre España, en la que incluso las clases populares se ven denigradas. En la escena 6 se alude a soluciones radicales y sangrientas, de signo anarquista, y Max, en su deseperación, añora “la bomba que destripe el terrón maldito de España”. El tiempo externo no está aludido de forma precisa, pero se puede situar en el periodo de la segunda década del siglo XX (alusiones a a Semana Trágica, al gobierno de Miguel Maura...).

En la obra intervienen más de cincuenta personajes. Algunos son reales (Rubén Darío) o están inspirados en personajes reales: el propio Max Estrella está inspirado en el escritor bohemio Alejandro Sawa, quien murió ciego, loco y en una pobreza extrema. Casi todos están presentados “desde arriba”, es decir, como caricaturas o fantoches a los que se ha aplicado la deformación esperpéntica, incluso animalizados: sólo la madre del niño muerto, la prostituta joven y el preso anarquista están presentados con respeto y con ciertos rasgos de ternura. Los más individualizados son el protagonista, Max Estrella, y su lazarillo Latino de Hispalis. El primero es caracterizado como una figura clásica en lo físico, con inteligencia, talento y humor, y también como individuo que, dentro de su degradación, conserva siempre un resto de orgullo y de lucidez. Es una especie de antihéroe: bohemio, borracho y ciego, consciente de sus contradicciones (por ejemplo, dice aceptar la ayuda del ministro, viejo amigo de ilusiones literarias, porque es “un canalla”). Su lazarillo y supuesto amigo, don Latino de Hispalis, es cínico y desleal, irónico con sus iguales y sumiso con la autoridad: al final, abandona a Max moribundo y se lleva su cartera con el billete de lotería que luego resultará premiado.

En los aspectos formales radica la gran novedad de la obra, basada en la “deformación sistemática de la realidad” que preconiza Max al exponer la teoría del esperpento en la escena 12. Esta técnica se refleja en los contrastes entre lo trágico y lo cómico, entre las referencias épicas y míticas y las realidades más vulgares. Asimismo, en el lenguaje se combinan los registros más diversos, desde el estilo pedante y cultista de los modernistas hasta el lenguaje popular madrileño, cuajado de frases hechas, apelativos insultantes, gitanismos, etc. A veces, los registros se mezclan en un mismo personaje: “Yo también chanelo el sermo vulgaris”, dice Max al capitán Pitito en la escena 4). Los diálogos son de gran viveza , agilidad y expresividad; algunas intervenciones de Max adquieren un tono sentencioso.

Son especialmente relevantes las acotaciones, que, además de presentar ambientes y personajes deformados, tienen valor artístico por sí mismas. Se caracterizan por el estilo nominal, la adjetivación, la riqueza léxica y los recursos rítmicos (incluso rimas). Muchas de sus indicaciones no son “teatralizables”. A ello se une que, en contraste con la relativa unidad de tiempo de la obra (las escenas 1-11 transcurren en una tarde-noche y las tres siguientes en la tarde-noche posterior), encontramos una gran diversidad de espacios y ambientes, por lo que la obra es difícilmente representable.

En conclusión, estamos ante una obra que parte de la realidad histórica para recrearla estéticamente con una perspectiva amargamente crítica, en la que se aprecia la influencia de la tradición “negra” española y del arte expresionista. El personaje de Max constituye una gran creación que transmite la triste grandeza de las creaciones tragicómicas.


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