Después del desastre que en todos los órdenes supuso la Guerra Civil, al teatro, género sometido a peculiares condicionamientos ideológicos y comerciales, le costó especialmente remontar el vuelo. Algunos autores de los años treinta habían fallecido (caso de García Lorca, fusilado, o Valle-Inclán) o habían marchado al exilio (Max Aub, Alejandro Casona). Marcaremos los siguientes periodos:
Años cuarenta-cincuenta. Distinguiremos tres tendencias: teatro burgués, teatro humorístico y, más tardío, un teatro inconformista de signo existencial. El primero es un teatro que, destinado a un público acomodado, presenta conflictos de clase media o alta con cierta intriga e ingenio, una suave crítica y una cuidada técnica. Se manifiesta en forma de comedia de evasión o de drama ideológico, defendiendo siempre valores como la familia tradicional, la autoridad y la religiosidad. Entre sus autores destacaron José María Pemán, José López Rubio o Joaquín Calvo Sotelo (La muralla, 1954).
El teatro humorístico es un teatro de una comicidad intelectual cercana al absurdo, que debe mucho al atrevimiento formal y el espíritu lúdico de las vanguardias de preguerra. Sus figuras son dos autores que ya habían comenzado a escribir antes de la guerra: Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela. El primero es el autor de Tres sombreros de copa (escrita en 1932 pero no representada hasta 1952); la obra opone las convenciones a la imaginación poética al mostrar, con una comicidad absurda y a veces tierna, el «flechazo» inducido que experimenta un joven tímido y convencional por una bailarina de una humilde compañía con la que coincide en la víspera de su boda. En cuanto a Jardiel, se ha calificado a su teatro de «inverosímil», porque presenta situaciones un tanto disparatadas con comicidad verbal y tono antisentimental, en obras como Eloísa está debajo de un almendro (1940).
Más tardía es la aparición de un teatro que refleja el malestar vital de personajes humildes, un teatro inconformista y existencial que se inicia con Historia de una escalera (1949), de Antonio Buero Vallejo. La obra nos presenta los conflictos amorosos, las penurias económicas y la falta de alicientes de una serie de personajes que, a lo largo de dos generaciones, viven en una humilde casa de vecindad donde la escalera que no lleva a ninguna parte acaba representando la inmovilidad. Luego Alfonso Sastre, con Escuadra hacia la muerte (1953), unirá la denuncia del militarismo a la reflexión sobre la condición humana; posteriormente su teatro derivará hacia el compromiso político y social.
Años sesenta. Al margen de la continuidad de la comedia burguesa, Buero Vallejo sigue desarrollando sus peculiares tragedias, que dejan una puerta abierta a la libertad del personaje y a la esperanza, siempre con un enfoque ético en el que se enfrentan acción y contemplación. Prevalecerán ahora los asuntos históricos y se incorporarán efectos de inmersión, en virtud de los cuales el público experimenta las mismas sensaciones de los personajes. Destaca El tragaluz (1967), historia de una familia trágicamente escindida por una guerra, que ciertamente evoca a vencedores y vencidos de la Guerra Civil española.
Además, una nueva promoción de autores desarrolla un teatro realista de protesta y de denuncia, a veces con rasgos expresionistas, en el que destacan José María Rodríguez Méndez (Los inocentes de la Moncloa, 1961), Carlos Muñiz (El tintero, 1961), Lauro Olmo (La camisa, 1962) y José Martín Recuerda, quien, en Las salvajes en Puente San Gil (1963) presenta con rasgos esperpénticos la convulsión causada por la llegada de una compañía de revista a un pueblo de la España «profunda».
Años setenta. El teatro realista va dejando paso a un teatro más experimental, como sucedió en los demás géneros. El propio Buero Vallejo acentúa los efectos de inmersión en obras como La fundación (1974), en la que un hombre va descubriendo, en paralelo con el espectador, que lo que creía una lujosa institución no es sino una cárcel en la que está junto a unos compañeros a los que ha delatado bajo torturas.
Además, surge el llamado «teatro soterrado», que mezcla influencias de grandes corrientes del siglo XX, como el teatro «épico» y político de Brecht, el teatro «de la crueldad» de Artaud y el teatro del absurdo de los años cincuenta. Sus temas centrales son la falta de libertad, la injusticia y la alienación provocada por el maquinismo y el consumismo. En cuanto a las técnicas, con frecuencia incorpora al espectáculo elementos musicales, circenses, de danza, etc.; suele presentar personajes deshumanizados y esquemáticos (a veces, animales), y las situaciones y el lenguaje suelen ser alegóricos o simbólicos, a veces grotescos, aunque las analogías con la situación política española sean evidentes. Entre sus autores destacan José Ruibal o Manuel Martínez Mediero y, en una línea más personal, neobarroca, Francisco Nieva.
También en estos años surgen los grupos de teatro independiente. Sus obras dan más importancia al espectáculo que al texto (suelen ser de creación colectiva), incorporan elementos de otros espectáculos y subgéneros teatrales (danza, cine, circo, cabaré), con la consiguiente importancia de la expresión corporal, y tratan de romper la «cuarta pared», es decir, la tradicional separación entre actores y espectadores. Llevan a cabo una síntesis de lo experimental y lo popular. Entre los más destacados figuran Tábano, en Madrid, La Cuadra, en Sevilla y Els Joglars, Els comediants, Teatre Lliure y La fura dels Baus, en Cataluña.
Asimismo, hay que citar a dos autores muy peculiares: Fernando Arrabal, que se vincula en Francia al teatro del absurdo, y Antonio Gala, que desarrolla un realismo poético con crecientes concesiones comerciales.
Desde los años ochenta. El apoyo estatal y la tendencia a reestrenos, reposiciones y adaptaciones de clásicos o de otros géneros caracterizan este periodo. Se imponen corrientes como el teatro de tema histórico (Las bicicletas son para el verano, de Fernán Gómez) y el realismo costumbrista (Bajarse al moro, de J. L. Alonso de Santos). Además, continúan los grupos de teatro independiente, algunos de los cuales, como Els joglars o La fura dels baus, alcanzan incluso cierto éxito en circuitos comerciales. Paralelamente, pervive la comedia burguesa, modernizada por autores como Rafael Mendizábal.
Ya en la transición del siglo XX al XXI, una promoción de autores nacidos entre 1957 y 1968 va abriéndose paso con el llamado «teatro posmoderno». Tratan sobre situaciones cotidianas, relaciones personales y laborales, las drogas, la violencia o la xenofobia. Técnicamente, presentan una moderada experimentación. Podemos destacar a la propia Paloma Pedrero, a Jordi Galcerán (El método Grönholm, 2003), o a Juan Mayorga (La tortuga de Darwin, 2008), con gran repercusión en el extranjero.
Tendencias del teatro actual:
1. El teatro de compañías institucional: el Centro Dramático Nacional o la Compañía de Teatro Clásico realizan montajes de obras consagradas y contribuyen a difundir el patrimonio teatral histórico.
2. El teatro comercial: continúa la tradición de la comedia burguesa.
3. El teatro de humor: sigue cosechando éxitos con nuevas fórmulas: monólogos, cómicos, comedias mudas, etc.
4. Los nuevos autores: destaca la presencia de mujeres dramaturgas.
5. La abundancia de grupos teatrales: sobreviven en difíciles condiciones, representando obras de autores poco conocidos en salas pequeñas.
6. El teatro musical: poco habitual en España, pero hoy en día tiene un gran éxito. Se adaptan obras internacionales como Cats o se crean obras propias como Hoy no me puedo levantar.
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